lunes, 16 de noviembre de 2020

Light of the Jedi - Capítulo Cinco

La página oficial de Penguin Randomhouse ha publicado un extracto extendido de los primeros 8 capítulos de la novela Light of the Jedi, de Charles Soule, la cual inicia el proyecto multimedia The High Republic. Ya hemos traducido el primer capítulo, el segundo capítulo, el tercer capítulo y el cuarto capítulo

 



CAPÍTULO CINCO

HETZAL PRIME. EN ÓRBITA.

80 minutos para el impacto.

Bell Zettifar sintió los primeros lengüetazos de la atmósfera rozar su nave. Su Vector no tenía nombre, no de manera oficial, todas las naves eran básicamente iguales, y en teoría intercambiables entre los Jedi, pero él y su maestro siempre usaban la misma, con la mancha a lo largo de las alas obtenida en una tormenta de iones que habían atravesado una vez. La mancha tenía un patrón como de pequeños destellos estelares, así que Bell la había nombrado, sólo en su mente y nunca en voz alta, como la Nova.

Los Vectors eran diseñados de manera minimalista. Pocos escudos, casi nada de armas, poca asistencia de computadoras. Sus capacidades estaban definidas por sus pilotos. Los Jedi eran el escudo, el armamento y las mentes que calculaban lo que la nave podía hacer y adonde tenía que ir. Los Vectors eran pequeños, ágiles. Una flota de ellos era algo imposible de olvidar, los Jedi coordinando sus movimientos a través de la Fuerza, logrando un nivel de precisión que ningún droide o piloto ordinario podían igualar.

Parecían una parvada de aves, o tal vez hojas que caían arrastradas por un remolino de viento, todas girando en la misma dirección, unidas por una conexión invisible... alguna Fuerza. Bell había visto una exhibición en Coruscant una vez, como parte de los programas de alcance del Templo. Trescientos Vectors moviéndose al mismo tiempo, como dardos dorados y plateados reflejando el sol sobre la Plaza del Senado. Se separaban y entretejían como trenzas y pasaban uno junto al otro a velocidades increíbles e imposibles. Era lo más hermoso que había visto. La gente lo llamaba la Corriente. Una Corriente de Vectors.

Pero ahora la Nova volaba solo, con solo dos Jedi a bordo. Él. Aprendiz Jedi Bell Zettifar, y al frente, en el asiento del piloto, su maestro, Loden Greatstorm. El contingente Jedi a bordo de la Third Horizon se había separado, los Vectors se dirigían a lugares a través de todo el sistema. Había demasiadas tareas que hacer, y muy poco tiempo.

Su destino era el cuerpo planetario más poblado, Hetzal Prime. Su asignatura, vaga pero crucial: ayudar.

Bell miró a través de la cabina para ver la curvatura del mundo debajo, verde, dorado y azul. Un lugar bello, al menos desde esta altura. En la superficie esperaba que las cosas fueran diferentes. Los rastros de motores de las naves podían verse por todo el horizonte, un éxodo masivo de naves alejándose del mundo. La Nova y otros cuantos Vectors y Longbeams que podía ver por aquí y por allá eran las únicas naves que se acercaban al planeta en vez de alejarse.

"Entrando a la atmósfera superior, Bell," dijo Loden, sin voltearse. "¿Estás listo?"

"Usted sabe que amo esta parte, Maestro," dijo Bell.

Greatstorm sonrió. La nave se inclinó, o cayó, era difícil ver la diferencia. Un rugido se filtró del exterior al tiempo que el vacío del espacio se convertía en la atmósfera. Las orillas del Vector, manufacturadas con precisión, cortaban el aire tan finamente como cualquier hoja, pero incluso así encontraban algo de resistencia.

La Nova rasgó a través de los niveles más altos de la atmósfera de Hetzal Prime, no, no rasgó. Loden Greatstorm era un piloto demasiado fino para ello. Algunos Jedi usaban sus Vectors de esa forma, pero no él. El tejía la nave, deslizándose a través de las corrientes de aire, montándolas para descender, dejando que la nave se convirtiera en otra parte del juego entre la gravedad y el viento, encima de la superficie del planeta. La nave deseaba caer, y Greatstorm la dejaba. Era estimulante, mortal, imposible de sobrevivir, y la Vector estaba diseñada para transmitir cada vibración y trepidación a los Jedi dentro, para que usaran la Fuerza para guiarlos de la mejor manera. Bell apretó sus manos en puños. Su cara mostró una sonrisa.

"Espectacular," dijo sin pensar. Su maestro rió.

"Nada de ello, Bell," dijo Loden. "Solo apunté la nave hacia el planeta. La gravedad se encarga del resto."

Siguieron una larga y prolongada curvatura, suave como las orillas de un río, y entonces la Nova se enderezó, ahora lo suficientemente cerca de la superficie del planeta como para que Bell pudiera ver los edificios, vehículos y otras pequeñas cosas debajo. Parecía tan pacífico. No había indicación de que había un desastre aproximándose. Nada excepto el creciente número de naves que abandonaban la superficie.

"¿Dónde aterrizaremos?" preguntó Bell. "¿Le dijo algo la Maestra Kriss?"

"Lo dejó a nuestra discreción," contestó Greatstorm, mirando a los lados, su perfil oscuro, como de peñascos o montañas, ya que sus lekku de Twi'lek caían desde su cráneo. Sus ojos seguían los rastros de los motores de las naves en la evacuación planetaria. "Ayudaremos en cualquier forma que podamos."

"Pero es todo un planeta. ¿Cómo sabremos donde..." 

"Tu dime, hijo," dijo Loden. "Búscame un lugar donde ir."

"¿Entrenamiento?" preguntó Bell.

"Entrenamiento."

La filosofía de Loden Greatstorm como maestro era muy simple. Si Bell era en teoría capaz de hacer algo, incluso si Loden podía hacerlo diez veces más rápido o cien veces más hábilmente, entonces Bell lo haría, no Loden. "Si yo hago todo, no aprenderás nada," era un dicho de su maestro.

Loden no tenía que hacer todo, pero Bell hubiera estado feliz si, de vez en cuando, hiciera algo. Ser el aprendiz del gran Greatstorm era una fuente inagotable de tareas imposibles. Había entrenado en el Templo Jedi por quince de sus dieciocho años, y nunca había sido fácil, pero ser el Padawan de Loden era otro nivel completamente diferente. Cada día, sin excepción, lo llevaba al límite. Cualquier tiempo privado que Bell obtenía era gastado desesperadamente en caer en el sueño más profundo de su vida hasta que todo comenzaba de nuevo. Pero... estaba aprendiendo. Era mejor ahora de lo que había sido seis meses atrás, en todos aspectos.

Bell sabía lo que su maestro quería que hiciera. Otra tarea imposible, pero era un Jedi, o iba en camino, y a través de la Fuerza todo era posible.

Cerró sus ojos y abrió su espíritu, y ahí estaba, la pequeña luz interior que nunca dejaba de brillar. Siempre al menos como la luz de una vela, y a veces, si se concentraba, podía crecer como un resplandor. A veces, la sentía tan brillante como un sol, tanta luz que temía quedar ciego. Honestamente, sin embargo, no importaba. Ya fuera chispa o infierno, cualquier conexión con la Fuerza espantaba las sombras.

Bell ahondó en la luz dentro de él, sintiendo los puntos de conexión con otras formas de vida, otros repositorios de la Fuerza en el planeta debajo. Cerca de él, sintió una fuente de gran poder y energía. Estaba encauzada, como carbón en un horno, pero había enormes reservas de poder que estarían disponibles de ser necesario. Era su maestro, Loden. Bell avanzó más adelante. Estaba buscando algo más.

Ahí. Como una holollamada de larga distancia que se enfoca cuando la señal se vuelve suficientemente fuerte, la red de la Fuerza que conectaba las mentes y espíritus de los millones de habitantes de Hetzal Prime se encendió en la mente de Bell. No era como un dibujo claro, eran más como impresiones, un mapa de zonas emocionales, no tan diferentes de los retazos de diversos cultivos que se mostraban en la superficie debajo de la Nova.

En su mayoría, sentía pánico y miedo, emociones que los Jedi trabajaban duro para eliminar de sus sistemas. De acuerdo a las enseñanzas, el único contacto de un Jedi con el miedo debería de ser sentirlo en otros seres; una experiencia bastante común. Bell había sentido esas emociones reflejadas muchas veces, pero siempre junto al amor, la esperanza y la sorpresa y muchas formas de alegría; el espectro de sentimientos inherente a todos los seres vivos.

Bueno, normalmente. En Hetzal Prime, en este momento, era solamente pánico y miedo.

Bell no estaba sorprendido. Había escuchado la orden de evacuación. "Un desastre en progreso en todo el sistema. Se les ordena a todos los seres abandonar el sistema Hetzal por cualquier medio necesario y permanecer a una distancia segura." Sin explicación, sin advertencia, y era obvio lo que sucedería con todos. Millones de personas y claramente no había suficientes naves para evacuarlos a todos. ¿Quién no entraría en pánico?

En un mundo que exudaba tal energía negativa, era difícil pensar en que podían hacer un par de Jedi. Pero Loden Greatstorm le había encargado una tarea, así que continuó explorando, buscando un lugar donde podrían ayudar.

Algo... un nudo de tensión, enroscado, denso... un conflicto, una pregunta, un sentimiento de cosas que no deberían ser así, un sentimiento de injusticia.

Bell abrió sus ojos.

"Al este," dijo.

Si había injusticia ahí, bueno... llevarían justicia. Los Jedi eran justicia.

La Nova giró y aceleró suavemente bajo el control de Loden. El maestro de Bell ocasionalmente lo dejaba pilotear, la nave podía controlarse desde cualquier asiento, pero los Vectors requerían tanta habilidad como un sable de luz. Bajo las circunstancias, Bell estaba feliz de dejar que Loden tomara la iniciativa.

En lugar de ello actuó como navegador, usando su conexión con la Fuerza para guiar el Vector hacia el área donde había sentido el conflicto intenso, dándole indicaciones a Loden, ajustando la dirección de la nave.

"Ya debemos estar por encima," dijo Bell. "De lo que sea."

"Lo veo," dijo Loden, su voz cortante. Normalmente sus palabras llevaban una sonrisa, incluso cuando hacía una crítica brutal del aprendizaje de Bell. Pero no en este momento. Lo que Bell sentía, sabía que el Maestro Greatstorm también lo sentía, probablemente más intensamente. Debajo en la superficie, justo donde estaba el Vector, había gente que podía morir. Tal vez estaba muriendo.

Loden inclinó la nave otra vez mientras volaba en un círculo estrecho, dándoles un panorama claro de la superficie a través de la burbuja de transpariacero de la cabina de la Nova.

Cien metros por debajo estaba un complejo de alguna clase, amurallado. Enorme, pero no tanto, probablemente el hogar de algún individuo o familia acaudalada, en lugar de una oficina gubernamental. Una enorme cantidad de personas rodeaba las paredes, cerca de las puertas. Una sola mirada le bastó a Bell para encontrar la razón.

Atracada en el lugar había una enorme nave espacial. Parecía un yate de placer, suficientemente grande como para llevar a veinte o treinta pasajeros además de la tripulación. Y si los pasajeros no se preocupaban por el comfort, el yate probablemente podría llevar diez veces más personas. La nave tenía que ser visible desde el nivel del piso, su casco sobresalía por encima de las bardas del lugar, y la gente que atascaba las puertas claramente pensaba que podría ser su única oportunidad de abandonar el planeta.

Los guardias armados en las murallas pensaban diferente. Mientras Bell miraba, un disparo de bláster surgió cerca de una puerta, un tiro de advertencia, afortunadamente, pero que indicaba que la situación estaba por complicarse. La tensión en la multitud iba creciendo, y no había necesidad de ser un Jedi para darse cuenta.

"¿Por qué no están dejando entrar a la gente?" preguntó Bell. "Esa nave podría poner a muchos de ellos a salvo."

"Averigüémoslo," dijo Loden. 

Activó un interruptor en su panel de control. La burbuja de la cabina se deslizó hacia atrás, insertándose dentro del casco de la Nova. Loden giró, sonriendo, con el viento golpeándolos a ambos, haciendo que los Lekku de Loden y las rastas de Bell revolotearan detrás de sus cabezas.

"Te veo allá abajo," dijo. "Recuerda. La gravedad hace la mayor parte del trabajo."

Y entonces saltó.


Escrito por Charles Soule.

Traducido por Mario A. Escamilla.

Original de Light of the Jedi Extended Excerpt.

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