miércoles, 3 de mayo de 2017

Extracto de Guardians of the Whills

Chirrut Îmwe y Baze Malbus fueron favoritos de la audiencia desde que hicieron su aparición en Rogue One. Desafortunadamente, el tiempo que tuvieron en pantalla los personajes (protagonizados por Donnie Yen y Jiang Wen respectivamente) fue muy poco... hasta ahora.



Gracias a la nueva novela infantil de Greg Rucka, titulada Guardians of the Whills, los ávidos lectores podrán seguir las aventuras de Baze y Chirrut antes de los eventos de la película independiente de Star Wars. Como pueden leer en el extracto, el antiguo guardian del Templo Kyber y su amigo (que ha olvidado su antiguo rol) intentan resistir a las fuerzas Imperiales que han conquistado Jedha y proteger a los residentes de la Ciudad Sagrada.

Sin embargo, sus planes cambian con la llegada de Saw Gerrera, un rebelde que intenta derrocar al Imperio. Aunque esto les da a los protagonistas una mejor oportunidad de ayudar a la gente de su ciudad, el precio que pagarán será muy caro.


La razón por la que los Imperiales mantenían a sus tropas estacionadas en el Destructor Estelar era la seguridad, solamente. Un cuartel en tierra les daría un posible blanco a los insurgentes; un cuartel flotando en órbita era intocable, un signo de que oponerse al Imperio era inútil y estaba destinado a fallar a fin de cuentas.

Pero esto creaba sus propios problemas. Las tropas del destacamento tenían que recibir suministros. Necesitaban agua, y el agua escaseaba en Jedha. Necesitaban comida, y la comida local podía ser envenenada, contaminada o simplemente incomible. Necesitaban suministros médicos para curar a sus heridos, ya fuera por causas de la naciente y aislada (y como muchos decían, altamente ineficaz) insurgencia o alguno de los otros múltiples peligros. Necesitaban municiones, porque un stormtrooper cuyo blaster se quedara sin tiros era tan útil como otro kilo de arena en el desierto de Jedha.

Esto significaba que el Imperio necesitaba depósitos de suministros a lo largo de la Ciudad Sagrada, en lugares seguros que pudieran servir de depósitos para equipar y armar a los soldados que patrullaban. Así que, el Imperio había cambiado un blanco obvio (el cuartel) por muchos blancos pequeños, bajo la lógica que la pérdida ocasional de un depósito era insignificante frente a la continua existencia de la presencia Imperial.

La nave Zeta que Baze vigilaba mientras aterrizaba traía suministros para los depósitos, o al menos era lo que Denic, la informante de Baze, le había asegurado. La información no había sido ocasionada por la bondad del corazón de Denic. Ella había aclarado que de cualquier clase de suministros que, digamos, se cayera de un speeder, tomaría su parte. Específicamente, ella buscaba cualquier clase de armas y municiones que pudieran recuperar.

Eso estaba bien para Baze. No eran armas ni municiones lo que él y Chirrut buscaban.

Esperó hasta que Chirrut bajara de la azotea y caminara por las calles antes de moverse. Baze era un hombre grande, fuerte, pero sabía moverse con velocidad cuando era necesario, y con propósito, a cada momento. Mientras que los movimientos de Chirrut eran fluídos, los de Baze tenían dirección. Saltó de un techo a otro, cruzando una cuadra tras otra, deteniéndose solo por un instante para monitorear el progreso del reabastecimiento. Los Imperiales habían subido las cajas de la carga en la parte trasera de un landspeeder blindado, con un contingente de cinco stormtroopers a cargo de la seguridad. Uno tenía el mando del speeder, mientras otro utilizaba el blaster de repetición montado en el vehículo; los tres restantes caminaban a su lado, con las armas listas, montando guardia.

Baze llegó a la orilla de otra azotea y saltó sin perder el paso, esta vez no hacia el techo del edificio contiguo sino hacia abajo, en la calle. Aterrizó duro y con fuerza, sintiendo el golpe del piso y el dolor que llegaba desde sus piernas hasta sus rodillas. Había habido una época en la que ese salto no le hubiera dado ni la más mínima molestia. Había habido una época en la que él se había nombrado a sí mismo Guardián de los Whills, igual que muchos otros. Había habido una época en la que su fe en la Fuerza había sido tan inamovible y constante como la de Chirrut.

En ese entonces, había sido un hombre más joven.

Se incorporó a su altura total y revisó la carabina E-5 en sus manos. Él mismo había modificado el arma, tratando de extraer más poder, y sus esfuerzos habían sido suficientemente exitosos ya que incluso el roce de un disparo era suficiente para mandar a un stormtrooper al piso, y un disparo directo podía perforar un agujero a través de la armadura y del soldado dentro de ella. La desventaja era doble. La primera era su capacidad de municiones. El arma se comía las cargas y muy rápido.

La segunda era que ya no tenía un modo de disparo para aturdir.

Había habido una vez en que esto le hubiera molestado. También en ese entonces había sido un hombre más joven. Éstos eran Imperiales, esta era gente que había destruido su ciudad, su hogar. Éstos eran Imperiales, que habían tomado todo lo que era bello y lo habían profanado, y no importaba si Baze Malbus todavía creía en ello o no; importaba porque otros creían, y porque podía ver el dolor que los Imperiales causaban cada día. Lo veía en sus amigos y en los extraños. Lo veía en los niños hambrientos en las calles, y lo veía oculto detrás de la sonrisa de Chirrut Îmwe.

Lo hacía enojar, pero todavía quedaba suficiente de su época como Guardián de los Whills como para que deseara no matar por enojo. Su balance se había perdido hacía mucho, y ya sea que la Fuerza estuviera en realidad con él, Baze sabía que él no estaba con la Fuerza. Pero no mataría enojado, no si podía evitarlo.

Y los Imperiales hacían eso muy difícil, a veces.

Se cobijó en las sombras, detrás del callejón cubierto entre dos edificios. Podía escuchar el speeder aproximarse lentamente, pero no era todo lo que escuchaba. Entonces pudo escucharlo: el sonido regular del bastón de Chirrut al golpear el piso, ese tap-tap-tap que hacía la madera uneti al golpear el empedrado.

El speeder avanzaba a paso lento por la calle, a la derecha de Baze, balanceándose ligeramente por su carga. Baze se ocultó más en las sombras, intentando mantenerse totalmente quieto mientras el vehículo pasaba. El rugido de los motores ocultaba el sonido de Chirrut al aproximarse, pero Baze apenas tuvo tiempo de preocuparse cuando escuchó el motor cambiar de ritmo, sus repulsores quedandose casi quietos. Salió del callejón, mirando hacia la calle, y ahora que estaba detrás del vehículo, podía ver a todos los stormtroopers mirar al frente, incluso al que estaba encargado del arma y cuyo trabajo era cuidar sus espaldas.

Chirrut estaba de pie frente al speeder, a mitad de la calle. Baze podía escuchar a los stormtroopers.

"¿Por qué nos detenemos?"

"El tipo está ciego."

"Muévete. Muévete o te aplastamos, ciudadano."

"Disculpas, mis disculpas," dijo Chirrut. Se agachó fuera de su vista, aparentemente buscando algo en el piso. "Mi bastón, parece que lo he tirado. Me sorprendieron, es muy tarde para que estén en la calle."

Baze colocó el E-5 sobre su hombro, exhaló la mitad de su aire a través de su nariz. El stormtrooper a cargo del blaster vehicular encendió el cargador, el crujido y el rugido del arma eran audibles incluso donde estaba Baze.

"Trucos de los insurgentes," dijo el artillero. Giró el arma hacia Chirrut.

Baze disparó cuatro veces. Cuatro stormtroopers cayeron. Apuntó hacia el último, pero Chirrut ya se había movido, había recogido su bastón del piso y con él había tirado al stormtrooper a un lado del speeder.

Baze recortó la distancia corriendo, saltando sobre el speeder solo para encontrar a Chirrut en el asiento del piloto.

"¿Manejo yo?" preguntó Chirrut.




Escrito por Greg Rucka.
Traducido por Mario A. Escamilla

No hay comentarios.:

Publicar un comentario