¡Un exclusivo extracto del relato "El Caballero y El Dragón" a continuación!
Hubo una vez una tribu de nómadas en el distante y polvoriento planeta de Tatooine, quienes, por meses, habían sido aterrorizados por un temible dragón.
Hubo una vez una tribu de nómadas en el distante y polvoriento planeta de Tatooine, quienes, por meses, habían sido aterrorizados por un temible dragón.
Eran gente sencilla, con necesidades simples, quienes por generaciones habían logrado una existencia sencilla en las crueles arenas del desierto, intercambiando agua y sustento con las otras tribus, recogiendo los desechos que dejaban atrás los otros pocos habitantes con quienes compartían su mundo, aquellos cuyas vidas se desarrollaban en las ruidosas ciudades y espaciopuertos, quienes trataban ineficazmente de mantener a raya la arena en vez de aceptar sus dones.
La gente del desierto tenía pocas razones para visitar esas ciudades que pululaban, y aunque durante algún tiempo habían merodeado entre las dunas rodantes a bordo de enormes caravanas, habían encontrado ahora un lugar para asentarse. Se habían hecho uno con la tierra y sabían que el desierto mismo les proveería todas sus necesidades.
La villa floreció durante muchos meses, y el agua y comida fueron provistos abundantemente cuando el desierto ofreció sus regalos. Los aldeanos, alguna vez acostumbrados a migrar incesantemente a través de las arenas, se hicieron complacientes y se pusieron cómodos. En su ignorancia, no sabían que habían despertado la ira de un gran dragón, Krayt, que había hecho su nido en las dunas cercanas y que reclamaba esos dominios como suyos.
Krayt era astuto y sabía que la gente del desierto no podría igualarlo en batalla o sagacidad, así que creó un plan para deshacerse de ellos. Así como el desierto había provisto para los aldeanos, también proveería para el dragón. Los moradores de las arenas eran numerosos, y el dragón siempre estaba hambriento; si los racionaba cuidadosamente, los aldeanos lo mantendrían alimentado durante muchos meses. Pronto, reclamaría su dominio a estos invasores, cuando estuvieran todos en sus entrañas, pero los dragones viven mucho y son perezosos, por lo que Krayt no tenía necesidad de apresurarse.
Así fue que empezó con el gordo ganado de los aldeanos, que se mantenía acorralado en las afueras de la villa. Solo entonces, cuando el rebaño completo hubiera sido consumido, el dragón disfrutaría el sabor de lo que más anhelaba: la gente.
Comenzó la campaña de terror nocturno cuando el dragón, tan enorme que el batir de sus alas era suficiente para crear tormentas de arena que golpeaban las tiendas de los aldeanos, descendió entre la villa para agarrar a las bestias que gemían en sus corrales antes de llevárselas de regreso a su arenosa guarida, para devorarlas. Los aldeanos se acobardaron ante la aparición de tan terrible bestia, y en su miedo, se quedaron paralizados y no pudieron prevenir los ataques del dragón.
En el quinto día, los aldeanos se desesperaron, pues sabían que el dragón continuaría, y pronto no quedaría en los corrales nada del ganado para alimentar a sus hijos. Esa noche, diez de los guerreros más confiables de la villa se levantaron en armas y resguardaron los corrales, en la creencia de que juntos serían lo suficientemente fuertes para espantar a la bestia, o incluso matarla.
Como había sucedido en las noches anteriores, el dragón apareció al caer los soles, una enorme y horripilante silueta, que se mostraba clara sobre el cielo enrojecido. Planeaba sobre sus enormes alas, pasando por encima de las cabezas de los aldeanos, haciendo piruetas sobre ellos cuando levantaron sus armas y le apuntaron. Pero sus armas eran ineficaces, y no hacían más que rasguñar a la bestia. En vez de disuadirla, apartó a los aldeanos con el batir de sus alas y una vez más se perdió en la noche llevándose a un animal para su cena.
Así continuaron las cosas por muchos días, hasta que se terminó el ganado de los aldeanos, y los Moradores de las Arenas tuvieron miedo de lo que el dragón Krayt les haría cuando regresara y encontrara vacíos los corrales.
Sin embargo, Krayt había pensado en dicha eventualidad y secretamente había deseado que llegara ese día, porque para un dragón, no hay comida más deliciosa que un aldeano indefenso.
Esa noche, el dragón regresó a la villa para encontrar que los corrales estaban abandonados. Con una risa de júbilo malicioso, se dirigió hacia las tiendas y aleteó hasta que éstas se dispersaron en una tormenta de arena y revelaron a la gente que se encogía de miedo. El dragón pareció detenerse un momento, lamiéndose los labios, seleccionó a un niño, a quien arrebató de entre los brazos de su madre y se lo llevó perdiéndose en la noche.
El niño no fue fue el único en desaparecer así, puesto que Krayt pronto desarrolló una preferencia por los niños. Los aldeanos intentaron esconder a sus jóvenes en hoyos debajo de las arenas, pero el dragón era sabio y conocía esos trucos. Desenterró a los niños como gusanos que se retorcían, para alimentarse con uno de ellos cada noche.
Los aldeanos no podían seguir tolerándolo y eligieron a una guerrera de entre ellos, a quien armaron con sus armas más preciosas, cubrieron con su armadura más resistente, y la mandaron al desierto para atacar al dragón en su nido. La guerrera llevaba venganza en su corazón, puesto que sabía que el dragón debía pagar por todas las vidas que se había llevado, y pregonó que pronto regresaría victoriosa con la cabeza de la bestia como trofeo. Los aldeanos la aclamaron mientras se dirigía hacia el horizonte, y por primera vez en meses, sintieron en sus corazones esperanza por el futuro.
Escrito por George Mann.
Traducido por Mario A. Escamilla
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