El año pasado, la excelente novela Alphabet Squadron nos dio una historia de pilotos con problemas durante la formación de la Nueva República, siendo la sucesora espiritual de los libros de la serie X-Wing en el viejo universo expanido. Ahora, les traemos un vistazo exclusivo al segundo libro de la trilogía.
Shadow Fall nos pondrá al corriente con la General Syndulla y sus revoltosos pilotos del Alphabet Squadron en su búsqueda para aplastar al Remanente Imperial. Pero como implica el título, también explorará más a fondo las maquinaciones de la Shadow Wing. Ahora dirigida por el Mayor Soran Keize (el antiguo mentor de Yrica Quell) no solo veremos sus planes para derrotar a las fuerzas de la Nueva República, sino también como se las arregla el que solía ser uno de los escuadrones de élite del Imperio en una galaxia en la que el Imperio se desmoronó frente a sus ojos. La novela, escrita por Alexander Freed, sale a la venta en Estados Unidos el 23 de junio de 2020.
Soran Keize descendió una escalera en su camino al puente de mando y titubeó en dejar caer el peso de su bota en el enchapado. Por un instante, consideró tomar un camino alterno hacia el vestidor; entonces desechó el pensamiento calificándolo de cobardía y prosiguió en su andar, donde pronto arribó a una intersección de cuatro puntos cerca del centro de la cubierta.
En el centro de la intersección, orientada noventa grados respecto a Soran, se encontraba una figura humanoide vestida en cuero y tela roja. Una placa de vidrio negro le servía de cara, y poseía una quietud que hacía obvio que se trataba de una estatua o una máquina. Cada cierto tiempo, recordó Soran, la figura giraría para hacerle frente a otro de los pasillos, como un anticuado aparato de medición del tiempo alternando entre las horas, o como una primitiva brújula que apuntaba hacia algún lugar de importancia galáctica.
La intersección estaba decorada, o ungida, como recordó Soran, con una mezcolanza de objetos. Colocados entre la tubería y las paredes del corredor se encontraban placas de rango, gorras de oficiales o botellas de licor de contrabando. De un cable colgaba una línea de medallas y listones que vibraban al ritmo del hiperpropulsor de la Aerie. En las paredes mismas, grabadas con cuchillos o antorchas láser, los nombres de los fallecidos del escuadrón 204 y más, llenaban paneles enteros.
Era tanto un monumento al Imperio y a sus caídos como un santuario a la entidad en su centro: el Mensajero vestido de rojo que había llegado a la Shadow Wing después de la muerte del Emperador. El Mensajero solo había hablado una vez, hasta donde Soren sabía, ordenando el comienzo de la Operación Cenizas antes de callar para siempre. Desde entonces, había permanecido con la unidad, siguendo a la Abuela hasta Pandem Nai de donde ella no pudo escapar.
Había estado en la misma intersección a bordo del Aerie cuando Soran arribó. Su presencia lo molestaba, era una máquina con influencia desmedida, usando el nombre y la voz de un Emperador muerto que había estrangulado a la galaxia tanto como la había alimentado, pero las reacciones de la tripulación de la Aerie lo perturbaban aún más. El santuario crecía día con día. Los pilotos bajaban sus cabezas y callaban cuando pasaban. Soran había propuesto mover el droide a la bahía de carga, pero le preocupaba que solo creara consternación y desconfianza.
Miró con fijeza la máscara sin rostro de la máquina mientras pasaba. No dijo nada.
Estaba más allá de debate que la Shadow Wing necesitaba un propósito. Podía salvar a su gente si lo dejaban, podía enseñarles a sobrevivir en las orillas de la galaxia, lejos de la guerra que ya habían perdido, pero estaban obstinados con sus ilusiones de venganza y fervor patriótico. Deseaban pelear una guerra, y entonces les encontraría una guerra que luchar.
Simplemente no estaba seguro si esta era la correcta.
Se detuvo cuando escuchó un susurro, "Ayúdanos."
Detrás de él, arrodillado frente al Mensajero se encontraba un joven al que Soran reconoció como Kandende, el piloto que había interrumpido la fiesta de bienvenida para la tripulación del Edict.
"Ayúdanos, Emperador Palpatine," dijo Kandende. "Guíanos hacia algo más."
Soran observó como Kandende extrajo una navaja de su bolsillo, la abrió y presionó la hoja contra la palma de su mano. La sangre, del mismo color de la ropa del Mensajero, fluyó y Kandende tomó una de las manos del droide entre las suyas, tomando el guante de cuero hasta que la sangre roja bajó por la muñeca de Kandende y goteó hacia la cubierta de la Aerie; hasta que Kandende mostró una expresión de dolor y apartó su mano, secándose la herida con la manga de su uniforme.
El droide no había reaccionado y no lo haría. Kandende giró, y se alejó dando tumbos por el corredor.
Soran recordó la primera vez que vio al Mensajero. La máquina había llegado a la Pursuer en un transbordador, del cual no sabían su origen, y se dirigió hacia la Coronel Nuress. Había verificado su sangre con una aguja que brotó de su palma.
Pensó en estudios antropológicos de culturas primitivas expuestas a la tecnología galáctica, cultos que se habían formado alrededor de los evaporadores de humedad, creyendo que su devoción era necesaria para activar los dispositivos. Se preguntó si Kandende era el primer piloto en tratar así al Mensajero; sus acciones poseían una formalidad ritualista.
Soran decidió que ya no importaba si su guerra contra las fuerzas de la General Syndulla era la guerra correcta para el escuadrón 204. Era mejor que la alternativa.
Escrito por Alexander Freed.
Traducido por Mario A. Escamilla
Original de In This Exclusive Star Wars Alphabet Squadron: Shadow Fall Reveal, the War for the Galaxy Gets Bloody.
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