Los dos pequeños y barrigones extraterrestres se inclinaron frente a Luke Skywalker. "Escucho al Jedi y obedezco," entonó uno de ellos, su voz nasal alcanzando tres notas distintas a la vez.
"Yo también escucho y obedezco," dijo el segundo, un poco menos entusiasmado. Con una segunda reverencia, se alejaron.
Con un callado suspiro, Mara Jade Skywalker miró en su datapad. Estos dos habían sido los querellantes vigésimo noveno y trigésimo desde que Luke había iniciado su sesión al amanecer esta mañana. Ya habían pasado treinta querellantes. Faltaban cinco mil millones.
Puso el datapad a un lado, tratando de que su creciente irritación no le ganara. No, por supuesto que no todo el planeta entero estaba formado para hablar de sus problemas y conseguir un poco de sabiduría y justicia Jedi. Pero hoy, al menos, parecían tantos como bichos hay en Coruscant.
El Presentador que usaba una toga se aproximó a la plataforma, con su propia datapad sostenida en forma reverencial en su mano mientras sin duda se preparaba para esbozar la situación de los quejosos treinta y uno y treinta y dos. La última vez que Mara había echado un vistazo a la sala de espera, había al menos cincuenta de los extraterrestres sentados en un pesado silencio, ya fuera reuniendo sus pensamientos o fulminando con la mirada a su querellante. Diez o más discusiones más quedaban por oir, y el sol ya se estaba ocultando en el cielo.